A ti, a tu risa de cristal que no se rompe,
Crepúsculo al que la noche no alcanza.
A tu corazón, que late y no se cansa
De ganar batallas de altas torres.
A tu frágil pulso, que responde conforme
Al aferrarse a ese clavo de esperanza.
A tus viejas manos, sabidas de labranzas,
Y a tu voz, con la que regalabas canciones.
Hoy vuelve a escribirte, esta vez sin colores,
Con esta mezcla de orgullo y añoranza,
Aquella niña que una vez supo de amores.
Te escribo a ti, abuelo, a tus andanzas,
Porque ni los más grandes temblores
hacen tambalear nuestra esperanza.