viernes, 25 de marzo de 2011

¿Quién se ha llevado mi queso?


Sabes que es amor cuando no hay más brillo que el de sus ojos. Cuando todos tus pasos acaban frente a ellos. Cuando todos tus sueños no son capaces de ver más allá de su nombre. Cuando te dispones a dejarlo todo de lado, a cambiar tus planes y a dibujar una vida que no es la tuya, por el simple hecho de poder besarle la frente al despertar cada día. Cuando, con todo esto, sin necesitar nada más, te sientes feliz.

Hace tiempo que perdí de vista mi queso. He corrido a buscarlo, y en la búsqueda lo he olido muchas veces, he cerrado los ojos y lo he saboreado. He vivido en la ilusión, creyendo saber dónde se encontraba, segura de poder alcanzarlo en cualquier momento. Siempre he creido que mi queso estaba en un lugar fijo, para no moverse nunca. Creí que me estaba esperando en una vida fija, donde mis sueños no iban más allá de una vida hierática y monótona, con una familia feliz y alguien con quien despertar cada mañana. Pero, al abrir los ojos, un día, dejé de saborear el queso. Ni tan siquiera podía olerlo.

Comencé a sentirme vacía y, aunque tarde, comprendí que mi queso estaba muy lejos del amor y la estabilidad. Que mis sueños sabían ver mucho más allá del amor, y que el vacío que sentía me indicaba que eso no es para mi.

Quizás, cuando mi queso se canse de viajar, decida pararse junto a algún corazón. Hasta entonces, correré tras él, me dejaré llevar, sin pausa, pero sin prisa.

Aires de primavera.


Sevilla se ha puesto su traje de sol. Ahora se mira, coqueta, en el reflejo del río, desde Triana. Me percaté de que la primavera había vuelto cuando salí a la calle y, agradable sorpresa, mi barrio de acogida se había perfumado de azahar. Pasé una de las mejores tardes recorriendo sus callecitas, sonriéndole al sol, que bajaba por las fachadas de las alfarerías para dar de lleno en todas sus gentes.

Noté que a la primavera le encanta pasar su época en Triana, porque con solo abrir la ventana ya se respira alegría, y en la calle todos caminan sonriendo. Los árboles agitan sus hojas, componiendo sones de azahar, que se mezcla con el olor a pescaito frito. Todo el mundo se sienta en las terrazas a compartir unas cañas con amigos, y se escuchan carcajadas, que tambien se mezclan en el aire, junto con la brisa agradable que respira el Guadalquivir.

A la orilla del río, los jóvenes -y no tan jóvenes- buscan dorarse la piel con el oro del sol, que viste de gala por primavera. Algunos lanzan sus cañas bajo el puente de Triana, y los turistas disparan los flashes, inmortalizando la imagen que Sevilla les regala a las puertas del mes de abril.

Al caer la noche la ciudad hace gala de su buena temperatura, y lleva a la gente a recorrer sus emblemáticas calles del centro, mezclándose con la historia, velados por la imperiosa Giralda. Y es que, al llegar la primavera, no hay en Sevilla una sola persona que no sonría al salir a la calle, porque mezclados con toda su esencia, sus aires nos envuelven con un toque de magia.

jueves, 17 de marzo de 2011

Atardecer.

El sol, agotado, se está derritiendo. Lleva brillando con fuerza desde bien temprano y, ahora, satisfecho y sereno, se derrama formando una cascada, bañando las paredes de los edificios. La sombra lo persigue, y a lo lejos se ve llegar a la noche. La luna ya asoma, tímida, en lo alto de el cielo. Evita encontrarse con el sol, pero ahora que él se aleja, lo observa embelesada, sin ser vista. El sol, fingiendo no verla, la mira de reojo, y desea ser tan lejano como las demás estrellas, para compartir la noche con aquella dama. Antes de sumergirse en el mar para apagarse hasta un nuevo día, quiere regalar una despedida digna a aquella que le observa discretamente. Y despliega toda su belleza, formando en el cielo un estallido de color, tiñendo cada rincón de naranja, y sonriendo por saber que brilla en los ojos de tantas personas que, ahora que se apaga su fuego, no pueden dejar de admirar su belleza. La luna ruega a la noche que no llegue nunca, que pare el tiempo y retenga esa imagen hasta la eternidad. Pero ésta, queriendo derrocar al sol en cuanto a belleza, va apagando el tono anaranjado que queda suspendido del cielo y, poco a poco, va comenzando su reinado. La luna está tan contenta que hoy está completa, se ha llenado de la belleza del sol. Ahora, sintiendose protagonista, brilla con fulgor sobre la noche, observando divertida los miles de puntos luminosos que forman la ciudad. Y esperando impaciente el amanecer donde, de lejos, volverá a verle salir, deseando una y otra vez parar el tiempo.